sábado, agosto 27, 2016

Un lugar donde volverte

De pequeño creía que este pueblo nunca cambiaría: el cielo azul como recién pintado, las calles vacías a las cuatro donde sólo reina el implacable sol, el canto de las cigarras invitando a haraganear igual que la de la fábula.

Ni siquiera la gente ha cambiado: sólo las personas. Por ejemplo, ahí está doña Puri sentada al fresco delante de su casa, en su silla de plástico blanca, con su abanico y sus gafas de sol. No es la misma doña Purificación de mi niñez, sino su hija: Puri, hija de Puri, nieta de Puri, de una larga saga de sucesivas Purificaciones, y justo ahora llegan a visitarla su hija Puri y su nieta Purita; ambas tendrían también, a su debido tiempo, sus reinados desde la silla de plástico blanca.

Tu ausencia tampoco ha cambiado, y sin embargo aquí sigues: en la brisa y en el mar, en las sombras del día y las estrellas de la noche. En cada maldita piedra de este pueblo, en cada verano que vuelvo para verte y no verte. En los poemas de Lorca y Machado en que vivíamos, cuando las palabras eran todo y cada letra un tesoro. En el dibujo que hice de los dos, y te dibujé verde porque te quería y te reíste con tu risa verde. En todas las cosas que miro aunque tú ya no puedas mirarlas.

Por eso vuelvo cada año, aunque se haga difícil sin ti y al volver la vista atrás, porque son tus huellas el camino y nada más. Por volver a verte; verte porque quiero verte, verte viento, verte ramas, por soñarnos de nuevo bajo la luna argentada. Por recordarte siempre, tu recuerdo siempre verde, mientras yo lo recuerde. Que aunque yo ya no sea yo, tú siempre serás mi casa, el lugar donde volver, volver a tí, volver a verte, donde volverte; volverte viento, volverte mar, volverte lágrima y rodar por la senda que nunca se ha de volver a pisar.