lunes, marzo 12, 2012

Daño, dolor y castigo

Se ha hablado mucho sobre la pena de muerte; que sí, que no... ¿Qué puedo decir yo al respecto? No soy un penalista ni un criminólogo, por lo que no puedo hablar con pleno conocimiento ni preparación sobre ello. Tampoco soy un filósofo o un pensador: he estudiado filología pero tampoco soy filólogo porque abandoné la carrera. Entonces, y repitiendo la pregunta, ¿qué puedo decir yo sobre la pena de muerte? ¿Acaso puedo ofrecer una nueva perspectiva, una línea de pensamiento distinta que esclarezca un poco dónde está o podría estar la razón?

Como he dicho antes, no soy un experto. Lo más cerca que he estado del estudio del derecho ha sido porque he estado preparando oposiciones para el cuerpo de ayudantes de instituciones penitenciarias, lo cual en sí no se puede considerar estudio del derecho. No he leído a autores como Howard, Beccaria o Rawls; sólo tengo un conocimiento somero de nuestra legislación penal actual. No obstante, el pensar en trabajar en una prisión en el futuro me ha hecho reflexionar acerca de conceptos como la reinserción social, la prevención delictiva y la efectividad de las penas.

Dice la teoría que las penas contribuyen a la prevención del delito de dos maneras: una es la prevención general, que consiste en que la sociedad, al conocer que tales conductas conllevan tales castigos, tratará de evitar caer en el delito; la segunda es la prevención especial, que se da cuando el delincuente es penado y apartado de la sociedad, evitando así que esa persona concreta cometa nuevos crímenes. Bien, hasta aquí no encontramos problemas, ¿verdad? Todo suena lógico y perfecto. Pero entonces, ¿por qué las cárceles están llenas? ¿Por qué, a pesar de existir penas que castigan los delitos, éstos se siguen cometiendo?

Dándonos cuenta de esto, debemos suponer entonces que, al menos, la prevención general no funciona para todas las personas. Sería un esfuerzo vano tratar de explicar por qué con todo el acierto, de manera que yo, inexperto y lego, no puedo más que aventurar una hipótesis, tal vez un tanto manida y vaga: no somos todos iguales.

Esto es algo tan cotidiano que no debería necesitar una justificación... y sin embargo, la daré: sabemos que no existen dos personas iguales. Unos son de un equipo, otros de otro; a unos les atrae un tipo de música, a otros la mera mención de ella les asquea; la simple visión del rostro del presidente del gobierno sirve para diferenciar a primera vista a sus partidarios de sus detractores. No hay dos individuos que tengan exactamente la misma inteligencia, las mismas habilidades, los mismos gustos.

Vayamos un poco más allá: dando por sentado el hecho de que cada individuo es único y a la vez completamente diferente de cualquier otro (diferente aunque dentro de las similitudes inevitables de los miembros de una misma especie, claro está), no nos será extraño asumir que un mismo estímulo provoca diferentes reacciones en dos individuos distintos. Las razones de esto pueden ser de muy diversa índole: desde físicas y fisiológicas, a psicológicas o neurológicas, pasando por culturales, religiosas, generacionales...

Una vez asumido esto, supongamos que concebimos el entorno en que una persona se desarrolla como un conjunto de variables, donde confluyen las experiencias, la familia, la cultura, la religión, y también aspectos menos llamativos y obvios como pueden ser el vecindario, la historia mundial y nacional, el régimen político y la legislación vigente: todo ello, y más que no menciono por no convertir estas líneas en un mero inventario, conforman lo que llamamos entorno. Cada una de estas variables del entorno no es sino un estímulo continuo que deja un sedimento en el fondo de la mente de cada individuo que se desarrolla en dicho entorno, y mediante las cuales se va forjando la personalidad.

Claro que el entorno no lo es todo: dos individuos no desarrollan la misma personalidad solo por criarse en entornos idénticos, y es que en el desarrollo de la persona también inciden aspectos del propio individuo, como sus capacidades y aptitudes, talentos, inclinaciones, así como los genes y la salud física y mental. Como no hay dos individuos iguales, tampoco hay dos individuos que se desarrollen de la misma manera, puesto que se desarrollan en el entorno de diferente modo.

Bien, ahora que hemos allanado el terreno, comencemos a construir: sabemos que un factor muy importante en el desarrollo de una persona es la figura de los padres. Un proverbio japonés dice: "los niños aprenden mirando la espalda de sus padres". Hemos visto innumerables veces que los hijos salen a sus padres, y si alguien tiene una determinada conducta, es fácil que sus hijos la adquieran también.

Y aquí viene el salto cognitivo: si el Estado, máxima autoridad, tiene la facultad para ejecutar a los delincuentes (es decir, personas que han causado un daño y para las cuales el Estado no encuentra otra solución más que la muerte), ¿no sería lógico pensar que algunas personas que se hayan criado en ese Estado, que han crecido sabiendo que la solución legítima y última que existe en su país para la gente incorregible y dañina es la muerte, interpreten y crean que es ésa la solución que ellos mismos deben aplicar a quien les causa un daño?

No digo que esto sea cierto, es tan solo una hipótesis. Se me ocurrió que podría ser así cuando oí en un documental que en aquellos estados de Estados Unidos en los que está vigente la pena de muerte son también en los que se cometen mayor número de asesinatos, de lo cual deduje dos cosas: la primera, que la prevención general que mencionaba más arriba no es efectiva y disuasoria, al menos no para todos, y la segunda, que tal vez sea precisamente la existencia de la pena de muerte lo que causa que en esos estados la gente tenga una mayor tendencia a tomarse la justicia por su mano.

Porque, ¿qué es la justicia? Dice el diccionario de la RAE que es "una de las cuatro virtudes cardinales, que inclina a dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece", y también "derecho, razón, equidad". Cuando alguien comete un crimen está ocasionando un daño por medio de una conducta antisocial. Pero no basta sólo la reparación del daño: la devolución de lo sustraido no repara un atraco, por ejemplo. Esto es debido a que la comisión de un delito genera también en la sociedad una sensación de inseguridad, que es reparada mediante el castigo público al delincuente.

Ahora bien: las normas del Estado de Derecho exigen que estos castigos estén previamente tasados y sean de conocimiento público: por un robo, tanto de cárcel o de multa; por una estafa, tanto, etc.  El problema está en que, cuando una persona se toma la justicia por su mano, cuando pretende restablecer por sí misma una equidad quebrantada, no está valorando únicamente el desperfecto ocasionado, sino también el dolor que ha sufrido. De ahí que la venganza sea desproporcionada, casi siempre.

No soy tan iluso de pensar que la erradicación de la pena de muerte acabe con la comisión de asesinatos: aquí mismo en España no tenemos pena de muerte, y por desgracia aquí también se cometen; pero no me parece del todo descabellado pensar que su número se viera reducido.

El artículo 25.2 de nuestra Constitución, del que emana toda nuestra legislación penitenciaria dice: "Las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas a la reeducación y reinserción social, y no podrán consistir en trabajos forzados". Esto por si mismo ya descarta la cadena perpetua, puesto que con ella no habría posibilidad de reinserción. No digo que nuestra legislación sea la mejor, pero el espíritu que encierra me parece el correcto.

¿Qué haría yo? Tal vez sustituir la pena de muerte por cadena perpetua, aplicada solo a casos irremediables de delincuentes imposibles de reinsertar (que los hay, no nos engañemos: psicópatas, sociópatas, etc). Pero como decía al principio, yo no soy un experto ni una autoridad en la materia: sólo soy un joven con algún talento para la redacción y algunas inquietudes. Sin embargo, queden aquí estas líneas, por si alguien con más capacidad pudiera algún día encontrar en ellas algún atisbo de algo mejor para el futuro. Ya que es todo lo que puedo hacer, no voy a privarme de hacerlo. Después de todo, algo tengo que hacer para intentar mejorar el mundo, aunque sea sólo por egoismo: yo también vivo aquí.

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