jueves, agosto 05, 2010

EL MADRILEÑO (una novela canguesa)

Me llamo Félix, tengo 34 años y soy madrileño. Yo pensaba que "madrileño" sólo significaba "ser de Madrid" o "haberse criado en Madrid", pero eso era antes de mi último viaje a Cangas. Claro, que allí hay muchas cosas que significan algo totalmente distinto, además de que tienen cosas que en Madrid no existen y cosas que existen en Madrid pero no allí.

Lo siento, tal vez voy demasiado deprisa. Debería haber empezado diciendo que me refiero a Cangas del Narcea. Es una pequeña población en el suroeste de Asturias, enclavada en un valle y alejada de todo. La población mayor que Cangas más cercana es Grado y está a unos 60km. Es un... ¿pueblo? ¿ciudad? Es difícil decirlo: es demasiado pequeña para llamarla ciudad, y demasiado grande para la idea que los urbanitas tenemos cuando pensamos en un pueblo. Los cangueses lo han dejado en "villa", así que vamos a respetar el término, aunque por mi parte no sé muy bien lo que quiere decir.

De allí son mis padres. Antes de que se casaran, a mi padre le habían ofrecido trabajo en Madrid en una fábrica de recambios de automóvil por mediación de un pariente. Como el trabajo fuera bien, al final mi madre se fue también a Madrid y se casaron allí. Mi madre empezó limpiando casas y cuidando niños, hasta que se quedó embarazada y entonces mi padre dijo que nada de seguir trabajando, así que con sacrificios y lo que habían ido ahorrando, pudieron ir tirando hasta que nació el niño: mi hermano Rubén.

Yo nací tres años más tarde, y la cosa había mejorado bastante: a mi padre le habían ascendido en la fábrica y ahora era una especie de pequeño encargado, lo justo para que su sueldo le permitiera mantener a dos hijos y que no necesitasen otro sueldo (el de mi madre). Recuerdo que, por aquel entonces, durante el mes de julio, mis padres "volvían" a Cangas con Rubén una semana. Yo me quedaba con unos vecinos que también eran asturianos, no hacía el viaje porque era demasiado pequeño.

La primera vez que fui tenía seis años. Fue un viaje interminable en un coche que hoy en día sería la pesadilla de cualquier inspector de seguridad. ¡En serio! No entiendo como los de mi generación hemos sobrevivido a nuestra infancia. Hoy en día no paramos de ver en las noticias los accidentes de coches y la elevada tasa de mortandad en carretera, y sin embargo cuando yo era niño los coches no es que no tuvieran airbag, ¡es que no tenían cinturones de seguridad en los asientos traseros! Pero bueno, aquí estoy para contarlo.

Decía que mi primer viaje a Cangas fue cuando tenía seis años. Recuerdo que lo vi como un sitio mágico, como sólo los niños lo pueden ver. Miraras donde miraras veías los edifícios, pero más a lo lejos, elevándose sobre ellos, veías los montes verdes y frondosos que rodeaban la villa. Y recuerdo jugar, jugar y jugar, desde temprano en la mañana hasta entrada la noche, cosa que hubiera sido impensable en Madrid. Pero allí mis padres no se preocupaban: allí todo el mundo conocía a todo el mundo, y estaba demasiado lejos de todo como para que ocurriese nada. Cangas era un sitio perfecto para criar a los niños sin los peligros de la gran ciudad.

(continuará...)

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