domingo, marzo 28, 2010

La fiebre de las vanidades

En los últimos tiempos he hecho muy poco o nada por aquí, y me fastidia. Me fastidia porque ésto, pese a que no sea conocido o no se lea, me gusta. A mí me gusta escribir, me gustaría poder dedicarme a esto a tiempo completo, pero desgraciadamente no tengo todo el tiempo que a mí me gustaría tener. Bueno, sí que tengo tiempo, físicamente hablando, pero no tengo mucho que escribir porque tengo la mente ocupada en otros asuntos que me requieren con más urgencia y así no puedo dedicarme a componer textos, a hilar ideas, a entretejer los pensamientos para formar una historia, un poema, una reflexión...

Pese a todo, lucho por no dejarlo completamente de lado, pese a que la dura realidad de la vida me mantiene siempre con la vista puesto en lo más práctico y mejor para el futuro, y no sólo el mío sino también en el de aquellos más cercanos a mí. Como le pasa a todo el mundo, todo lo que hago y dejo de hacer repercute en las vidas de los demás, y como por suerte o por desgracia soy consciente de ello, no puedo dejar de sentir una responsabilidad sobre mis acciones y sobre cómo influyen en los demás.

Porque, no nos engañemos, todas las acciones y omisiones tienen sus consecuencias, más allá de nosotros mismos. No, no voy a poner el manido ejemplo del "efecto mariposa" porque yo no creo que el aleteo de una mariposa pueda provocar un monzón, pero no me voy a poner a rebatir la teoría del caos ahora; sólo pretendo exponer una serie de reflexiones que atañen a mi vida y al mundo del escritor amateur.

Dicho mundo es... un asco. Así lo digo: un asco. Pasa así en todas las artes, la mutua envidia de los supuestos colegas, el falso amiguismo, los artistas que no se dedican al arte sino al "artismo", a la fiebre de las vanidades que en mayor o menor medida a todos nos aqueja. Movería más el blog entre la comunidad Bloguera, si no fuera por esa sensación de "oh, que bonito blog tienes, ahora lee el mío y dime también que es muy bonito". No necesito que me digan que escribo bien: ya sé que escribo bien. El elogio me incomoda, parece que queda también uno en la obligación tácita de devolverlo. No me importaría leer otros blogs que de seguro me gustarían, pero me gustaría poder hacerlo sin dejar en ellos también ese "deber moral" de hacerles leer el mío.

Porque si alguien elogia mi blog, luego me pide que lea el suyo y le dé mi opinión y resulta que no me gusta, ¿qué diablos puedo hacer? ¿Voy a decepcionar a esa alma caritativa que se ha tomado la molestia de leerme y que ha encontrado en mi blog algo que le gusta, sólo para encontrarse con que la "admiración" que profesa no es correspondida? ¿Debo mentirle, entonces, y dejar que siga escribiendo mal (aunque ese "mal" sea tan solo según mi criterio)? Por otro lado: ¿cómo puedo saber yo que este sujeto no me ha leído y elogiado tan sólo para que yo entre en su blog, lo lea y me sienta en la obligación de devolver el cumplido? Porque ese es el mayor síntoma de la fiebre de las vanidades, la necesidad de reconocimiento y de sentirse especial, superior, único.

Tengo una cosa muy clara: si llego a publicar será porque mi obra tenga por si misma valor suficiente como para darse a conocer al mundo, no porque tenga a una o varias personas de influencia que me respalden sin haberme leído o que carezcan de la capacidad de juzgar lo que escribo por entero y con justicia. Suena muy mal, pero así soy yo. Si mi obra no tiene por sí misma valor como para ser publicada, entonces no publicaré. No dejaré de escribir: eso, jamás; en tal caso seguiría escribiendo sin publicar, por el mero placer de hacerlo, tal y como he hecho hasta ahora. No soy inmune a la fiebre de las vanidades, sólo trato de que no me coja, como quien se abriga en invierno y toma zumo de naranja para evitar el resfriado antes de pillarlo, pues como con todo mal la mejor forma de atajar esta fiebre es la prevención.

Muchas veces olvidamos (los escritores, los artistas) que lo importante de nuestro cometido es la obra en sí, no nosotros. Nosotros, los autores, los intérpretes, no somos más que la máquina, la herramienta, la rueda que mueve la obra, la novela, el cuadro, la canción. Muchas veces lo olvidamos o directamente lo ignoramos, afectados todos por la fiebre de las vanidades.

Así que digo: artista, no te enorgullezcas de tí mismo por la obra que haces; siéntete orgulloso de la obra que milagrosamente has gestado, trabaja por ella, vive por ella. Decía Miguel Ángel que él no esculpía, simplemente quitaba el mármol que había alrededor de una estatua que ya estaba ahí antes, atrapada en el bloque. La obra es anterior al artista, quien sólo existe para que esa obra nazca y vea la luz. No te dejes arrastrar por el elogio que, aún sin mala intención y sincero, lleva en sí el virus nocivo de la fiebre de las vanidades. Escucha también las críticas, aún las más injustas, pues algo puedes aprender para mejorar tu obra, y para mejorar tú mismo.

Me despido ya, poniendo aquí de manifiesto algo que vengo gestando desde hace algún tiempo: por una serie de avatares personales que ahora no quiero mencionar, me he prometido a mí mismo que terminaré mi novela antes del verano. No sé si alguien la publicará, pero la terminaré sí o sí, mientras sea capaz de escribir y pueda tener al menos un segundo para hacerlo, lo haré. Creo que es una buena historia, me fastidiaría no escribirla.

No hay comentarios: