jueves, junio 05, 2008

RUTINA

Esta mañana he vuelto a resucitar
como cada día.

He salido de mi mortaja y
me he pasado por agua, pero hoy
tampoco he segado los pastos de mi rostro.
He asesinado a un bollo a mordiscos,
me he disfrazado de persona,
he llamado al ascensor -otro sarcófago-
para bajar a pisar cemento
como mis semejantes,
como cada día.

Apuesto que estoy pisando
las huellas que dejé ayer,
anteayer, el martes, el otro día, el mes
pasado.
Pero la calle no se ablanda
por más que la piso.

Como cada día,
buceo entre papeles -madera muerta-
contemplando peces de tinta
que se persiguen
inútilmente,
sin moverse,
como cada día.

Y he buscado.
He indagado en el mayor misterio
-había que intentarlo-;
algo he aprendido de las paredes:
a callar, y a guardar.

Y he vuelto a mi madriguera
como cada día.
Y cuando las horas últimas
agonizan,
vuelvo a mi tumba,
a esperar a que el sueño me mate
pues mañana ya no seré yo,
lo mismo que ayer fui otro.

Como cada día.

domingo, junio 01, 2008

Homenaje a Ángel González

Pues resulta que el pasado martes 27 de mayo, a eso de las 11:20 a.m. me llega un sms de un ex-compañero mío de la carrera. El texto era el siguiente: "Ven al milán. Corre. A las doce Sabina y García Martín por fin juntos."

Recuerdo que lo primero que hice en aquel momento fue pegar un salto. Lo segundo, avisar a otros dos amigos míos, fans de Sabina como yo, pero que por desgracia no pudieron asistir. Una auténtica lástima. En fin, conseguí llegar al campus del Milán a tiempo, pese a que vivo en la otra punta de Oviedo (ayudado por el hecho de que la ciudad está construída en forma de cuesta, y al bajar la gravedad siempre echa un cable) y, efectívamente allí estaba: Joaquín Sabina, rodeado de fotógrafos y periodistas, y hablando con otras personas, entre las que acerté a conocer a García Martín.

¿Y quién es este García Martín? Pues es un reputado crítico y antólogo, director de la revista literaria Clarín de Oviedo y profesor de la universidad de dicha ciudad. Cuando yo aún estaba en filología inglesa, cogí un par de asignaturas de libre configuración con él: Lit. española del siglo XX y Lit. española de la Ilustración y siglo XIX. Recuerdo aquellas clases cargadas de anécdotas, podría pasarme una tarde entera contando historias al respecto. El caso es que este profesor, José Luis García Martín, era sobre todo, cómo él mismo dice, "un gran lector". Prueba de ello era que, el primer día de clase, nos pidió que anotasemos en un papel los tres últimos libros que hubieramos leído, luego fue preguntando de uno en uno y resultaba que se los había leído todos, el tío (lo más asombroso fue el caso de un alumno Erasmus rumano, que citaba un libro de un autor rumano que sólo se había traducido al francés, ¡y también lo había leído!)

Pero a lo que iba: esta gente se había juntado para rendir homenaje a Ángel González, poeta ovetense fallecido el pasado 12 de enero. Se puede encontrar parte de su vida y obra en http://amediavoz.com/gonzalez.htm

Yo, como venía contando, no tenía ni idea de a santo de qué se habían reunido todas estas personas, y cuando me enteré de que se trataba de un homenaje a Ángel González creí que tenía derecho a quedarme: el salón de actos estaba lleno hasta la bandera (supongo que debido a la presencia de Joaquín Sabina), de hecho yo tuve que quedarme de pie. Digo que tenía derecho a quedarme porque, aunque Joaquín Sabina fue la excusa para ir, Ángel González fue la razón para quedarme, especialmente porque yo había tenido la decencia de asistir a su homenaje habiendo comprado un libro suyo meses antes de su fallecimiento. Saber que, de entre todos los presentes, yo era algo más que un mero fan de Sabina, o que un mero alumno de la universidad obligado a asistir para hacer un trabajo al respecto, por ejemplo, me dio mucho que pensar.

También se encontraban allí Susana Rivero, viuda de Ángel González, y Luis García Montero, entre otros. Después de los obligados elogios al rector y una especie de "aún no se como llamarlo" a Joaquín Sabina (era una especie de justificación a que estuviera allí, algo así como, y perdónenme la libre interpretación, un decir "anda, venga, vamos a hacer como que también es poeta", con esa suficiencia gallinácea que caracteriza a los catedráticos), comenzó el acto. Los ponentes iban contando cosas sobre Ángel González y leyendo algunos de sus poemas.

Yo conocía algunos, en parte por la asignatura de Lit. española del S. XX que impartía García Martín, y en parte por el libro que compré, que creo que se titula, y perdónenme si me equivoco, La poesía antológica del Eros. De cómo este libro acabó en mis estanterías también tiene su historia: lo encontré en la librería Cervantes, y al ver que era de Ángel González, comencé a hojearlo. Me sorprendió mucho, era una combinación entre expresividad y sencillez muy agradable, en un tono muy asequible para todos los públicos; me refiero a que era una poesía muy "entendible", no a que sea el equivalente literario de El rey León.

Volviendo al homenaje, como colofón de la mañana conseguí el autógrafo de Joaquín Sabina. Lo tengo en el moleskine que Anaïs me regaló hace un mes. Al verlo de cerca, encontré a un Sabina distinto de lo que me esperaba. Recuerdo que pensaba en aquél momento "¿cómo va a haber escrito Calle melancolía o Peor para el sol, si lo tengo aquí delante?" , como si fuera imposible que estas canciones hubieran salido de la mente de un hombre que vive y respira como los demás, que camina entre nosotros como uno más y que siente también sobre sí los estragos del tiempo: un Sabina envejecido que ya ronda los 60 años, pero no era el Sabina artista, el Sabina del bombín y el escenario, sino un Sabina más formal (cómo era de esperar en el homenaje a su amigo Ángel), un Sabina más literario, casi un Sabina de café, chinchón y tertulia.

Y después tomé algo con un amigo y volví a casa a seguir preparando las oposiciones.