domingo, marzo 02, 2008

España desvertebrada

Hablar de política puede ser muchas cosas: para empezar puede ser algo muuuuy aburrido, sobre todo cuando los contrarios empiezan a repetir lo mismo una y otra vez sin escuchar al de enfrente (total "pa" qué, si lo que cuenta es ganar); también puede considerarse una forma de "deporte", por las tertulias que se oyen muchas veces, del tipo "mi partido es el mejor y el tuyo es una m... , os vamos a ganar de goleada, oé oé oé, mi España es mejor que la tuya". Pero por encima de todo es algo comprometido y limitante: cójase a un sujeto cualquiera por la calle y pregúntesele por la política. En cuanto abra la boquita, ya quedará encuadrado irremediablemente y para siempre en uno u otro bando.

Cuando creé este blog no lo hice con la intención de pedir votos para fulano o mengano. Desde mi punto de vista eso sería una bajeza y un error. Lo creé para tener un sitio donde opinar y escuchar opiniones, para aprender cosas nuevas y para que otros tengan la oportunidad de aprender de lo mucho o poco que yo sé. Lo malo de internet es que cualquiera puede entrar y decir la mayor chorrada como si fuera una verdad absoluta. No me importa discutir mis ideas, explicarlas a quien no las entienda o las malinterprete o rectificar cuando estoy errado en mi speech, cosa que puedo admitir (primero habría que demostrar que me equivoco, claro). Al fin y al cabo no soy un filósofo ni un erudito; sólo soy un escritor. Ni siquiera afirmo ser un buen escritor, pero escribir es lo que hago: constantemente me asaltan ideas y conceptos a los que voy dando una importancia mayor o menor en mi, digamos, cosmos interior. Cuando trato de explicarme a mi mismo el significado o valor de estos conceptos, tanto desde mi punto de vista personal como desde una perspectiva más general, creo el discurso en mi cabeza. Eso es lo que hago a todas horas, e incluso hay veces que no puedo dormir por el "ruido mental" que me deja esta actividad. Pero eso es lo que hago: lo haga bien o mal, escribir es mi vida. Ahora, que eso no me impide buscar racionalmente la verdad en las cosas; no una verdad relativa o una media verdad, sino una verdad absoluta o cuasi-absoluta. Eso que llamamos realidad. Por eso escribo aquí, donde tengo la oportunidad no sólo de expresar lo que pienso, sino también de que me digan que me equivoco y además me indiquen la senda correcta.

De ahí que sea reticente a hablar públicamente de política: quien busque la verdad no puede hacerlo predicando con un discurso partidista, con medias verdades que sólo escucharían los ya convencidos por el partido X. ¿Hay algo más inútil que un mitín? Ahí sólo van precisamente los que ya saben de antemano que es a ése partido al que van a votar. Cuando emito mis opiniones no busco en quienes me escuchan una sonrisa de aprobación sino una respuesta, algún argumento a favor o encontra de lo que he dicho que no se me hubiera ocurrido o que no hubiera valorado lo suficiente como para hablar en posesión de lo más parecido que puedo acercarme a la verdad absoluta.

Pero con las elecciones a la vuelta de la esquina, sería pueril y egoísta correr en pos de la gran verdad como quien caza mariposas de humo. Estamos en una democracia, y eso significa que tenemos una serie de derechos intocables e irrenunciables. Por otra parte, también sería pueril y egoísta pensar que la democracia nos exime de deberes.

El derecho más básico de la democracia, el voto, es a la vez un deber para con nosotros y nuestro país. En una papeleta, entregamos lo más parecido que tenemos a nuestra opinión encajada dentro de nuestro sistema político partidista. En el acto de votar ejercemos un derecho que nos exige una gran responsabilidad.

Me explico: cuando votamos estamos apoyando a alguien que, si bien no encaja completamente con nuestras convicciones, es lo más parecido que hay. Hasta aquí todo bien, pero ahora llega el reverso del voto: la responsabilidad que tenemos al votar. Tenemos que saber que al votar a un partido estamos desechando las demás opciones y de una forma indirecta perjudicando a otros, y quien sabe si no nos estaremos echando la zancadilla a nosotros mismos. Lo malo de la política es que, quienes la desempeñan, muchas veces mienten o tienen la memoria frágil, y si te he prometido esto no me acuerdo.

Tenemos que tener en cuenta esto, y algo más: en política llevamos 70 años arrastrando rivalidades irreconciliables: baste ver que los dos partidos mayoritarios son versiones light de los bandos de la guerra civil. No hay, como quieren vendernos, dos Españas o una España dividida: yo creo que hay, simplemente, dos formas distintas de ver y entender España. Para mí, España no se limita a ser una institución creada hace 500 años por los Reyes Católicos: España es mi hogar, es la gente que conozco y el aire que respiro. Más que la nación española me preocupan los españoles; al fin y al cabo, España sin españoles no es más que un soleado pedazo de tierra. Los españoles tenemos dos visiones sesgadas de España, las mismas o parecidas que llevaron a nuestros abuelos a luchar unos contra otros, tratando de matar a la otra visión que entorpecía la propia.

Pero pensemos esto: esos que tenemos enfrente, y que no piensan como nosotros, ¿no querrán, acaso, tan bien a España como nosotros? ¿Será posible que en su irreductible convicción no guarden alguna verdad o certeza? ¿Acaso es España otra cosa que no sea el pueblo español? ¿Acaso no son ellos también españoles?

Dije que no sería partidista, y creo no haberlo sido. Sólo dejar esta recomendación a todos aquellos que vayan a votar el próximo domingo 9 de marzo: pensadlo con cuidado, tratad de poneros en la piel de aquellos a quienes podéis perjudicar con vuestro voto. Porque la forma de mejorar la democracia es mejorar el criterio de quienes deciden, y esos somos nosotros.

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