sábado, febrero 23, 2008

"De buenas intenciones...

...está empedrado el camino al infierno" dice el refranero popular. Y aunque bien es verdad que no puede confiar uno en los refranes, ya que siempre hay otro refrán que dice lo contrario, podría decirse que son como las leyendas: no todo lo que se dice en ellos es verdad, pero tampoco todo lo que dicen es mentira, "todo según el color del cristal con que se mira" (ya que estamos con tópicos).

Los refranes son una especie de guarda de valores,de dichos populares, de consejos prefabricados. ¿Cómo es posible que, para una situación que surge ahora mismo, llega un refrán creado hace siglos y nos soluciona la papeleta? ¡Oh, maravilla! Pero cuidado, porque todo tiene su sentido y más de uno. Especialmente, cuando hablamos de aconsejar al prójimo, y más en concreto cuando nos aconsejan a nosotros.

Cito a continuación una escena de la novela El señor de los anillos, una de tantas que luego no verían la luz en la gran pantalla. Frodo parte de su casa acompañado de sus amigos y perseguido por los jinetes negros cuando se encuentra con un grupo de elfos liderados por Gildor. Al saber que son amigos de Gandalf, y preocupado respecto a la demora del mago, Frodo consulta a Gildor sobre qué hacer a continuación:

-... Mi plan era abandonar la Comarca en secreto, camino de Rivendel, pero ya me siguen los pasos, aun antes de llegar a los Gamos.

-Creo que tendrías que seguir ese plan -dijo Gildor-. No pienso que el camino sea muy difícil para tu coraje, pero si deseas consejos más claros tendrías que pedírselos a Gandalf. No conozco el motivo de tu huida, y por eso mismo no sé de qué medios se valdrán tus perseguidores para atacarte. Gandalf lo sabrá, sin duda. Supongo que lo verás antes de dejar la Comarca.

- Así lo espero, pero esto es otra cosa que me inquieta. He esperado a Gandalf hace muchos días; tendría que haber llegado a Hobbiton hace dos noches cuando mucho, pero no apareció. Ahora me pregunto qué habrá ocurrido. ¿Crees necesario que lo espere?

Gildor guardó silencio un rato, y al fin dijo: -No me gustan estas noticias. El retraso de Gandalf no presagia nada bueno. Pero está dicho: "no te entrometas en asuntos de magos, pues son astutos y de cólera fácil". Te corresponde a tí decidir: sigue o espéralo.

- Y también se ha dicho -respondió Frodo-: "No pidas consejo a los Elfos, pues te dirán al mismo tiempo que sí y que no".

- ¿De veras? -rió Gildor-. Raras veces los Elfos dan consejos indiscretos, pues un consejo es un regalo muy peligroso, aun del sabio al sabio, ya que todos los rumbos pueden terminar mal. ¿Qué pretendes? No me has dicho todo lo que a ti respecta; entonces, ¿cómo podría elegir mejor que tú? Pero si me pides consejo te lo daré por amistad. Pienso que debieras partir inmediatamente, sin dilación, y si Gandalf no aparece antes de tu partida, permíteme también aconsejarte que no vayas solo. Lleva contigo amigos de confianza y de buena voluntad. Tendrías que agradecérmelo, pues no te doy este consejo de muy buena gana. Los Elfos tienen sus propios trabajos y sus propias penas, y no se entrometen en los asuntos de los hobbits o de cualquier otra criatura terrestre. Nuestros caminos rara vez se cruzan con los de ellos, por casualidad o a propósito; quizá este encuentro no sea del todo casual, pero el propósito no me parece claro y temo decir demasiado.
...


Así son los consejos. Cuando estamos en una encrucijada y no sabemos qué hacer, pedimos consejo; tal vez esperando que la experiencia ajena nos ayude en nuestra decisión; tal vez esperando (algunos lo hacen) que otros tomen la decisión por nosotros. En esta última situación es donde se muestran peligrosos los consejos. El hecho de aconsejar a alguien nos convierte, en parte, en responsables de las futuras acciones del aconsejado. Claro que el aconsejado siempre puede hacer otra cosa de lo que le hayamos dicho, y es que en última instancia es él quien tiene que tomar la decisión, y quien tiene la última palabra.

Al lado de esta gente que no decide (por no equivocarse o por echar la culpa a otro de sus errores, ¿quién sabe?) hay otros sujetos peligrosos: los que regalan los consejos; los (abusando otra vez del refranero popular) "consejos vendo que para mí no tengo". Todos nos hemos encontrado con alguien, algún amigo al que contamos algún problemilla de nuestra cotidianidad y nos regala los oídos con algún consejo que no hemos pedido, como si esta persona estuviera en una posición más elevada que le permite ver cosas que nosotros no vemos o como si realmente deseasemos que alguien que no está viviendo nuestra realidad venga en nuestro auxilio con una solución facilona porque no es él quien tiene que "mojarse".

Por ello, mi consejo (¡y cuidado con él!) es pedir consejo a alguien que sepamos que realmente nos puede ayudar, y desoír los consejos de quienes nos los regalan tan generosamente que nos dicen cualquier cosa como si necesitasemos, valga la redundancia, que nos dijeran cualquier cosa. Y es que, como decía hace un momento, "de buenas intenciones..."

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