lunes, mayo 30, 2005

El precio de la fama

¿Alguien tiene o ha tenido algún amigo que, tras algún pequeño éxito, se ha vuelto un borde insoportable? Seguramente no, pero el caso es que sucede. Algunas veces, el precio de la fama implica algo más que tiempo y esfuerzo: implica una disolución total del sujeto en la sustancia televisiva. El individuo tiene que sentirse aceptado, involucrado y adaptado exclusivamente en su nuevo entorno, y por ello tiende a rechazar a sus antiguos amigos "normalitos" para desenvolverse con mayor soltura en su bien remunerado nuevo trabajo como supuesto artista de lo que sea.

Este es el caso de un cómico español muy conocido que, antes de su salto a la pequeña pantalla, tenía un empleo de currante en Madrid. Era para la vida un chico tímido, y sus compañeros de trabajo le animaban a salir, a divertirse, a vivir. Entonces, tuvo su oportunidad y debutó en un conocido programa donde triunfó. A partir de aquí su destino cambió y se convirtió en uno de los personajes más famosos y "divertidos" de nuestro panorama humorístico. Los contratos llovieron: hoy aquí, mañana allí, en dos o tres sitios a la vez... pero la fama se cobró su precio, cortando definitivamente y para siempre con sus antiguos amigos del trabajo. Según palabras textuales de uno de ellos: "desde que se echó el Mercedes se ha vuelto un gilipollas".

Pero también hay otras opciones evolutivas. Existe la forma más inferior de sujeto, carente de voluntad propia y carácter, que se debe internamente a quien le paga el sueldo, a quien le saca guapo en las fotos y a quien lanza su carrera. Estamos hablando de la forma más sugerente y lucrativa de arte: la música.

Aquí tengo que hacer un pequeño paréntesis aclaratorio. Cuando me refiero a lo peor de la música no me estoy refiriendo a esos que son descaradamente comerciales, con coreografía, maquillaje y estribillo pegadizo. Al fin y al cabo, no son más que los peones que usan las discográficas para sacar dinero. No fingen pretensiones filosóficas ni intelectuales y, como todo aquello cuyo único objetivo es ser vendido, basta con no comprarlo si no nos gusta. Como lo peor de la música yo entiendo esta nueva ralea de cantautorcillos melódico-melosos que hacen pucheros mientras cantan. Con sus bobas letras, dignas de figurar en las carpetas de las quinceañeras más cursis junto a las rimas de Bécquer más ñoñas (ñoñas, bonita palabra), pretenden mantener una pose romántica en plan baladista baboso. ¡Por favor!

El problema al que yo quería llegar con estos figurines radica en que, al tener tan poca conciencia de si mismos, no se dan cuenta del precio de su fama y son otros quienes tienen que pagar el pato: sus fans. Uno de estos cantamañanas se hospedaba en un hotel donde también se alojaba un admirador suyo de 13 años. Después de esperarlo toda la mañana en el hall, cuando por fin su estrella apareció en el hall camino de la puerta del hotel, se acercó a él timidamente con un bolígrafo y una foto de su admirado cantante para pedir que se la firmase. Por toda respuesta, el chico recibió un empujón -no violento pero sí despectivo- y un gruñido donde se intuía la frase "tengo prisa, voy a un concierto". Un atónito espectador le comentó al recepcionista que también había presenciado la escena: "Qué tipo más desagradable, ¿no?", a lo que el recepcionista respondió: "Es que sólo firma autógrafos cuando hay cámaras". ¿Y el admirador? Entre lágrimas, juró que cuando llegase a su casa lo primero que haría sería tirar todas las fotos y discos de su caído ídolo a la basura.

(NOTA: las situaciones arriba descritas son reales. He mantenido los nombres en el anonimato porque no me apetece que se enfaden ni los interesados directos ni los titiriteros que mueven sus hilos. No me apetece tener detras una jauría de abogados lanzandome dentelladas fiscales.)

Son sólo algunos ejemplos de lo que hay que pagar por convertirse en el becerro de oro, por convertir a otro; es lo que muchos quieren. Casi nadie se acuerda, en cambio, de los héroes anónimos: personas de carne y hueso que dan lo mejor de si mismos a los demás. No digamos que son totalmente altruístas, pero sí son puros. Tampoco lo hacen por ganarse un buen lugar en el cielo, ni por gozar de buena consideración por sus sacrificios, sino porque tienen la firme convicción de que así deben obrar. Hablo de personas que nos dan su tiempo y su juventud, su sola pero suficiente presencia. Porque aún quedan personas de buen corazón, muchas más de las que los medios pretenden, pero es que no hay cámaras que puedan retratar la nobleza de su ser, ni palabras para explicar su fuerte voluntad.

Y es que ya lo dijo el sabio: "Sólo con voluntad y humildad se puede vencer al lado malvado que todos tenemos", lado que puede expresarse en codicia, soberbia o egocentrismo.